He vivido dos experiencias profundas con el método Metrasaf, en momentos muy distintos y complejos de mi vida, pero unidos por un denominador común: una situación límite, tanto a nivel emocional como material. En ambas ocasiones, Adolfo fue una guía decisiva. Su acompañamiento, lleno de calidez, certeza y una fe inquebrantable en Dios, me permitió salir adelante de manera íntegra.

La primera vez llegué a él en medio de una quiebra emocional y económica. Estaba rota por dentro y por fuera. A través de las sesiones, que incluyen ejercicios prácticos, conversaciones transformadoras y profundas y una conexión sincera con lo espiritual y constante con Dios, logré comenzar a reconstruirme. Adolfo me guió paso a paso hacia la reconstrucción de mi vida. Pero hay algo que se aprende desde el principio y se debe decir con claridad: para que este método funcione y el proceso tenga verdadero efecto, es imprescindible abrir el corazón y se debe creer. Hay que tener fe en lo que se está recibiendo. Sin fe en Dios y sin apertura real, no hay sanación verdadera. La fe en Dios no es un detalle, es el fundamento.

Años más tarde, enfrenté una nueva prueba: debía cerrar un ciclo doloroso de mi vida que se arrastraba desde la primera desafortunada situación. No solo debía reunir una cifra considerable de dinero, sino también aún más complejo convencer a la persona que consideraba mi peor enemigo, mi opositor accediera a cerrar un contrato. Era un desafío extremo, sabía que necesitaba un apoyo distinto, profundo, trascendente, pero tomé una decisión consciente: volver a buscar a Adolfo. Sabía que él tenía las herramientas y el espíritu correcto para ayudarme… y no me equivoqué.

Hoy puedo decir con certeza que logré superar esas etapas. Resolví mis problemas emocionales y también los materiales. Y todo esto fue posible gracias a Dios y al canal que Él eligió para ayudarme.

Con fe se logra resolver todo hasta lo que parece imposible. Hoy puedo decir con certeza que sanó no solo heridas emocionales, sino también circunstancias concretas de mi vida.

Clarita